Según una nube que le susurraba a su hermana

 

 

Según mi padre,

según su vecina,

según un espantapájaros en el campo,

que acusa a los gorriones de perezosos

por no despertar a la tímida mañana,

y por sacudir los pétalos de las rosas

confundiendo al rocío.

 

Según una nube que se asentó al borde de la palabra,

que retornó mojada, con un chico bueno,

a quien las vecinas fingen no prestar atención

para que pueda escoger las manzanas de sus vestidos y

palpar las cerezas.

 

Según un niño que arrastra una gran mochila de libros

escalando el ritmo triunfante y marcando el paso

de la música.

 

Según mi padre,

según una gaviota debajo de la camisa

que acostumbrada a los ritos del mar

escogió una luna y la pegó al cielo de su lenguaje,

 

Según una nube que le dejó una tarjeta delante del tren

en la que escribió “ el alazán entretiene la casa”.

 

Según mi padre; y según yo mismo que le dije

-a la nube que susurraba a su hermana-

que el chaval sembró el poema en una jarra

de agua, pero la mano de la chica floreció

en la piedra y me sentó sobre una eterna gema.

 

¡Atento hijo mío!

el poema no duerme

en cama pasajera,

no te fíes del agua,

y a partir de ahora,

no dejes que tu mano tiente al astuto mar.

 

Hijo mío...

vuelve a callar, y al hacerlo,

en sus ojos se extinguía nuevamente

el cielo.

 

Pero hallé el mar tendido sobre su vestido

emergiendo de la calma

atravesando la calle hacia el café.

 

El mar emerge de la ropa de mi padre,

y entra en el poema como turista ausente y derrama

el café en la noción de su delirio.

 

 

Y el mar parte del puerto,

sonriente, erguido en su sencillez

llevándose “el sábado” de sus oídos

le arrebata las colillas de cigarro

y lo empuja hacia el “decursar” de los días.

 

¿Y el mar...

No tiene velas?

 

Y le respondí:

Papá, al chaval le siguió su nube hasta el café

con el latido de su corazón pegado a una estrella.

Padre, esta es la historia de una nube que

bajó al mar de las palabras.

 

Y tú, se lo creíste?

 

Padre, el chaval sembró el poema en la jarra de agua,

pero la chica, la chica,

se sentó a coser el techo de su cielo,

y al igual que nosotros se olvida de la pena,

baja a su Señor en la palma de la mano,

lo tapa con la otra y él se duerme.

 

Esta es la historia de  una nube que bajó al mar

de la palabra.

 

 

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